Hoy se le conoce a esta festividad como Halloween.
Samhain
Aquí los misterios gobiernan, las sutiles señales prevalecen en cualquier dirección a la que mires, y los acertijos los hay en cada esquina. Aquí la magia aún no se ha quedado atrás, o perdido en algún lugar que no podemos recordar. No te puedo asegurar que estos eran tiempos más simples, o más felices, pero si más profundos y todo alrededor tenía un significado más poderoso del que aparentaba a simple vista.
Fue en este tiempo cuando Derfail era despertado por los fuertes regaños de su madre.
- Derfail, toma tu máscara y alístate para las fogatas. ¡Vamos tarde!
Le dijo mientras lo movía de un lado de la cama a otro con sus manos y él se quejaba con gruñidos, y ruidos que ningún vocablo Gaélico o Lungdunés podrían darles significado.
-Dyfan quiere que estés con él todo el tiempo.
Dyfan era su padre, pero también era el líder de su tribu, por lo tanto nadie se podía dirigir hacía él de otra manera que no fuera "Dyfan". Ni siquiera la madre de Derfail le podía decir "esposo", o él llamarle "padre". Esa era la regla que gobernaba, y una que de las que Derfail detestaba menos, pero detestaba a final de cuentas. Haciéndole perfecto honor a su nombre, Derfail no soportaba vivir con tal abrumadora cantidad de mandatos que por el solo hecho de ser hijo de Dyfan tenía que acatar. Los que tenía que cumplir ese día era los que consideraba más absurdos e inútiles. Los veía como un reflejo de fantasías creadas por viejos febriles, ilusos y raquíticos. Cada regla que él rechazaba siempre venía incluida con una advertencia, ya fuera de su madre, de Dyfan o de los druidas. Aunque testarudo, Derfail no era tonto, pues nunca se atrevió a poner a prueba las consecuencias que romper estas reglas desataban. Con todo y su rebeldía a flor de piel, jamás tentó ninguna consecuencia a caer sobre él. Siempre cumplía con todo lo que le pedían, pero ese día estaba especialmente cansado de todo. Ese día haría las cosas sin pensar en las consecuencias por primera vez.
Su madre le dejó caer al joven una máscara en su regazo y salió del cuarto mientras le pedía una vez más que se alistara rápido. Él miró detenidamente los agujeros de los ojos de esa cara falsa intentando buscar una señal de vida en ella que nunca se asomó. Ni siquiera al ponerla sobre su cara le daba un sentimiento orgánico. Le hizo pensar lo curioso que era el miedo de los muertos a algo tan poco vivo como ellos mismos.
Se levantó de su cama, miró a su alrededor en busca de cualquier cosa que fuera a necesitar en el resto del día, asomó su cabeza fuera de su hogar para asegurarse de que su madre no estuviera aún ahí. Inició su caminata en dirección contraría al centro de la aldea, donde las fogatas se empezaban a encender. Recorrió con cuidado el bosque que rodeaba a su aldea, escondiéndose entre los árboles de cualquier cosa que lo quisiera regresar a ese lugar donde los esperaban aburridas obligaciones, cuadradas reglas, ridículos regaños y amenazas.
Los primeros kilómetros que Derfail recorrió del bosque eran todo lo que se podía esperar de uno. Los árboles eran frondosos, con ninguna hoja que no fuera verde sobre ellos, musgo invadía sus bases. En el suelo crecía césped que mojaba sus pies con el rocío que guardaban.Animales, muchos como para definir cual era cual, emitían sus sonidos casi como orquestados Sin embargo, mientras el muchacho se adentraba más y más en la atrapante espesura de ese lugar, todo parecía mucho más muerto. Poco a poco veía más ramas secas y quebradas. El suelo pasaba de estar tapizado por césped a estarlo por tierra y hojas caídas de los árboles. Los sonidos de los animales cesaban poco a poco, hasta que no otra cosa más que un silencio total llegaba a sus oídos. Aunque todo esto era más que evidente, el joven celta no le estaba poniendo atención. Sus pensamientos lo tenían demasiado encerrado.Sus caprichos, quejas y pataleos le quitaban toda su atención. Pensaba que aunque ese día había logrado escapar de las cadenas de responsabilidades que siempre tuvieron su vida atrapada, eventualmente volvería a la aldea a atarse de ellas. Incluso era peor pensar que al morir Dyfan, el se convertiría en Dyfan. Cuando eso pasará las reglas aumentarían en severidad y las responsabilidades en cantidad. Para esto solo era cuestión de tiempo el cual también él quisiera encontrar la manera de escapar. Si no hacía algo al respecto su vida pronto se encerraría en una espiral con fondo inalcanzable. Pero, ¿qué podía hacer al respecto?
Un segundo antes de intentar responderse esto algo cayó en picada frente a él. Se sobresaltó ante la sorpresa que le provocó, recuperó el aliento que le había quitado la misma, cerro un momento los ojos y cuando los abrió miró para abajo, en dirección a sus píes. Ahí vio un ave sobre su costado, inmóvil, con el pico completamente abierto y los ojos negros abiertos. Eran tan negros como la oscuridad de la cueva más profunda que Derfail había explorado. Hasta donde él podía recordad nunca había visto un animal morir. El evento le llenó el corazón de muchos sentimientos, de los cuales solamente uno sobresalía: miedo. Ahora que el bosque captó su atención, el muchacho giró en el lugar donde estaba parado, viendo con cuidado todo su alrededor. Muerto, todo ahí estaba muerto. Los árboles, los animales, el viento. A pesar de que se rehusaba, no pudo evitar pensar que la linea entre la vida y la muerte de la que tanto le hablaron estaba justamente sobre él. Pánico y Adrenalina corrieron por sus venas en lugar de sangre. Empezó a correr, primero con los ojos abiertos y cuando no soportó el panorama que el bosque de manera macabra le regalaba, los cerró. Iba a cualquier dirección posible, o tal vez en todas las direcciones, nunca estuvo seguro de ello. No fue de importancia a donde corrió, si no a donde llegó.
Una luz golpeo la cara de Derfail. Su intensidad hizo que apretara más los párpados entre si. Es el sol, salí del bosque, pensó. Con una sonrisa en la boca abrió los ojos pero no encontró ningún sol en el cielo, el firmamento ya estaba completamente oscuro ya.Lo que iluminaba la cara del muchacho era una fogata. Las llamas eran enormes, definitivamente más altas que él y las puntas parecían besar la luna. Alrededor de ella estaban siete hombres vestidos con largas túnicas grises que les cubrían todo el cuerpo. Sus caras eran blancas y arrugadas. La luz de la fogata solo dejaba ver poco de sus misteriosas facciones. Derfail nunca estuvo cómodo entre druidas. Sabiendo que las preguntas y regaños no estaban lejos, se acercó hacía ellos con la cabeza baja para empezar las excusas que justificaran su falta de presencia en los festivales de la aldea, pero nada venía su mente, en parte por culpa de los nervios y en parte por culpa del miedo. Afortunadamente uno de ellos levantó la mano para ordenarle silencio. Aun con los druidas murmurando palabras que él no podía alcanzar a escuchar, su atención se dirigió a la fogata. Algo había en las llamas que le otorgaba el impulso de acercarse y que no era capaz de decidir que. Un murmullo, parecido a los de los druidas pero un poco más potente, parecía venir desde el centro de la hoguera.
Todos los druidas detuvieron sus rezos de golpe. Uno por uno, lentamente, voltearon a verlo. Juntos, al unisono, hablaron en voz alta y dijeron:
-Samhain no es broma, ni juego, ni tedio, ni mito, ni idiotez. Samhain eres tu y Samhain somos nostros. Samhain somos todos y nadie encuentra escape. Samhain difumina entre lo vivo y lo muerto. Samhain controla la vida y la muerte. Samhain te controla, vivo o muerto. Si nuestras palabras no te enseñan, Samhain por si mismo te enseñará.
Al terminar de hablar, los druidas quedaron estáticos en su lugar. Pusieron sus brazos rígidos a los costados, enderezaron la espalda, cerraron los ojos. Su respiración se fue haciendo más lenta conforme pasaban los segundos. En un parpadeo más ya no había druidas ahí, si no piedras, monolitos de la misma altura que tenían ellos. La fogata ya no era más allá que un monte de cenizas y un poco de humor sobre el mismo. Caminó por entre las piedras en dirección a los restos de la hoguera. Cuando llegó, miró fijamente las cenizas. Un extraño brillo captó su atención. Se agachó, tomó una rama del suelo y revolvió las cenizas buscando que causó ese curioso destello. Era una piedra más, tan pequeña como para caber en su mano y cerrarla alrededor de ella. Era verde como los ojos de su madre. La luz de la luna le daba un peculiar brillo. Estiró la mano para tocar. Al poner el primer dedo sobre ella, algo lo golpeó en la cabeza. En un instante todo el mundo se transformó en una luz tan verde como la piedra. Pasaron unos segundos para que todo volviera a tomar forma, y cuando Derfail descifró la que tomó deseó con todo su corazón que la luz verde regresara a apoderarse de todo otra vez.
Cientos de ojos veían atentamente como estaba tirado en el suelo, desorientado. Cientos de bocas se abrían y cerraban, pero él no escuchaba ninguna palabra salir de ellas. Todo lo que sus oídos captaban era un constante zumbido. Tocó su cuerpo para asegurarse que todo estuviera en su lugar. Lo estaba. Cuando pasó las manos por su cara el resultado no fue el mismo. La máscara que su madre le había dado en la mañana, la misma que no había traído cuando partió de la aldea estaba sobre su cara. Intentó quitársela y por más fuerte que jaló el pedazo de piel no cedía. De alguna manera u otra la máscara estaba unida a él, como una segunda cara. Mientras sus sentidos se iban recuperado, docenas de manos lo tomaron por la espalda y lo ayudaron a levantarse del suelo. Sus ojos empezaron a percibir luces que el bosque alrededor de su aldea no era capaz de regalar por si mismo. Una de ellas golpeo a alguien de los que lo habían ayudado a levantarse, luego sobre otra y luego sobre otra más. Monstruos. Todos y cada uno de ellos eran aberraciones que los sueños más macabros de Derfail no eran dignos de comparación. Todos ellos le hablaban, lo tocaban, lo llamaban. Intentado alejarse de ellos, huyó, acertando múltiples golpes con sus codos a esas criaturas mientras lo hacía. Se detuvo ante una pared de enormes piedras negras y cuadradas. De ellas, el joven pudo escuchar como emanaba ruido. Grotesco y ensordecedor ruido. Gritos altos, espantosos, que nunca había escuchado. Eran las vociferantes expresiones de la muerte, a la que las personas a su alrededor le otorgaban manos, ojos y bocas. Todo era muerte en ese lugar. Eran las historias que le habían contado su madre, los druidas y Dyfan. Eran las consecuencias que nunca había tenido el valor de tentar. Samhain lo había traído al otro lado de la línea.
Su madre le dejó caer al joven una máscara en su regazo y salió del cuarto mientras le pedía una vez más que se alistara rápido. Él miró detenidamente los agujeros de los ojos de esa cara falsa intentando buscar una señal de vida en ella que nunca se asomó. Ni siquiera al ponerla sobre su cara le daba un sentimiento orgánico. Le hizo pensar lo curioso que era el miedo de los muertos a algo tan poco vivo como ellos mismos.
Se levantó de su cama, miró a su alrededor en busca de cualquier cosa que fuera a necesitar en el resto del día, asomó su cabeza fuera de su hogar para asegurarse de que su madre no estuviera aún ahí. Inició su caminata en dirección contraría al centro de la aldea, donde las fogatas se empezaban a encender. Recorrió con cuidado el bosque que rodeaba a su aldea, escondiéndose entre los árboles de cualquier cosa que lo quisiera regresar a ese lugar donde los esperaban aburridas obligaciones, cuadradas reglas, ridículos regaños y amenazas.
Los primeros kilómetros que Derfail recorrió del bosque eran todo lo que se podía esperar de uno. Los árboles eran frondosos, con ninguna hoja que no fuera verde sobre ellos, musgo invadía sus bases. En el suelo crecía césped que mojaba sus pies con el rocío que guardaban.Animales, muchos como para definir cual era cual, emitían sus sonidos casi como orquestados Sin embargo, mientras el muchacho se adentraba más y más en la atrapante espesura de ese lugar, todo parecía mucho más muerto. Poco a poco veía más ramas secas y quebradas. El suelo pasaba de estar tapizado por césped a estarlo por tierra y hojas caídas de los árboles. Los sonidos de los animales cesaban poco a poco, hasta que no otra cosa más que un silencio total llegaba a sus oídos. Aunque todo esto era más que evidente, el joven celta no le estaba poniendo atención. Sus pensamientos lo tenían demasiado encerrado.Sus caprichos, quejas y pataleos le quitaban toda su atención. Pensaba que aunque ese día había logrado escapar de las cadenas de responsabilidades que siempre tuvieron su vida atrapada, eventualmente volvería a la aldea a atarse de ellas. Incluso era peor pensar que al morir Dyfan, el se convertiría en Dyfan. Cuando eso pasará las reglas aumentarían en severidad y las responsabilidades en cantidad. Para esto solo era cuestión de tiempo el cual también él quisiera encontrar la manera de escapar. Si no hacía algo al respecto su vida pronto se encerraría en una espiral con fondo inalcanzable. Pero, ¿qué podía hacer al respecto?
Un segundo antes de intentar responderse esto algo cayó en picada frente a él. Se sobresaltó ante la sorpresa que le provocó, recuperó el aliento que le había quitado la misma, cerro un momento los ojos y cuando los abrió miró para abajo, en dirección a sus píes. Ahí vio un ave sobre su costado, inmóvil, con el pico completamente abierto y los ojos negros abiertos. Eran tan negros como la oscuridad de la cueva más profunda que Derfail había explorado. Hasta donde él podía recordad nunca había visto un animal morir. El evento le llenó el corazón de muchos sentimientos, de los cuales solamente uno sobresalía: miedo. Ahora que el bosque captó su atención, el muchacho giró en el lugar donde estaba parado, viendo con cuidado todo su alrededor. Muerto, todo ahí estaba muerto. Los árboles, los animales, el viento. A pesar de que se rehusaba, no pudo evitar pensar que la linea entre la vida y la muerte de la que tanto le hablaron estaba justamente sobre él. Pánico y Adrenalina corrieron por sus venas en lugar de sangre. Empezó a correr, primero con los ojos abiertos y cuando no soportó el panorama que el bosque de manera macabra le regalaba, los cerró. Iba a cualquier dirección posible, o tal vez en todas las direcciones, nunca estuvo seguro de ello. No fue de importancia a donde corrió, si no a donde llegó.
Una luz golpeo la cara de Derfail. Su intensidad hizo que apretara más los párpados entre si. Es el sol, salí del bosque, pensó. Con una sonrisa en la boca abrió los ojos pero no encontró ningún sol en el cielo, el firmamento ya estaba completamente oscuro ya.Lo que iluminaba la cara del muchacho era una fogata. Las llamas eran enormes, definitivamente más altas que él y las puntas parecían besar la luna. Alrededor de ella estaban siete hombres vestidos con largas túnicas grises que les cubrían todo el cuerpo. Sus caras eran blancas y arrugadas. La luz de la fogata solo dejaba ver poco de sus misteriosas facciones. Derfail nunca estuvo cómodo entre druidas. Sabiendo que las preguntas y regaños no estaban lejos, se acercó hacía ellos con la cabeza baja para empezar las excusas que justificaran su falta de presencia en los festivales de la aldea, pero nada venía su mente, en parte por culpa de los nervios y en parte por culpa del miedo. Afortunadamente uno de ellos levantó la mano para ordenarle silencio. Aun con los druidas murmurando palabras que él no podía alcanzar a escuchar, su atención se dirigió a la fogata. Algo había en las llamas que le otorgaba el impulso de acercarse y que no era capaz de decidir que. Un murmullo, parecido a los de los druidas pero un poco más potente, parecía venir desde el centro de la hoguera.
Todos los druidas detuvieron sus rezos de golpe. Uno por uno, lentamente, voltearon a verlo. Juntos, al unisono, hablaron en voz alta y dijeron:
-Samhain no es broma, ni juego, ni tedio, ni mito, ni idiotez. Samhain eres tu y Samhain somos nostros. Samhain somos todos y nadie encuentra escape. Samhain difumina entre lo vivo y lo muerto. Samhain controla la vida y la muerte. Samhain te controla, vivo o muerto. Si nuestras palabras no te enseñan, Samhain por si mismo te enseñará.
Al terminar de hablar, los druidas quedaron estáticos en su lugar. Pusieron sus brazos rígidos a los costados, enderezaron la espalda, cerraron los ojos. Su respiración se fue haciendo más lenta conforme pasaban los segundos. En un parpadeo más ya no había druidas ahí, si no piedras, monolitos de la misma altura que tenían ellos. La fogata ya no era más allá que un monte de cenizas y un poco de humor sobre el mismo. Caminó por entre las piedras en dirección a los restos de la hoguera. Cuando llegó, miró fijamente las cenizas. Un extraño brillo captó su atención. Se agachó, tomó una rama del suelo y revolvió las cenizas buscando que causó ese curioso destello. Era una piedra más, tan pequeña como para caber en su mano y cerrarla alrededor de ella. Era verde como los ojos de su madre. La luz de la luna le daba un peculiar brillo. Estiró la mano para tocar. Al poner el primer dedo sobre ella, algo lo golpeó en la cabeza. En un instante todo el mundo se transformó en una luz tan verde como la piedra. Pasaron unos segundos para que todo volviera a tomar forma, y cuando Derfail descifró la que tomó deseó con todo su corazón que la luz verde regresara a apoderarse de todo otra vez.
Cientos de ojos veían atentamente como estaba tirado en el suelo, desorientado. Cientos de bocas se abrían y cerraban, pero él no escuchaba ninguna palabra salir de ellas. Todo lo que sus oídos captaban era un constante zumbido. Tocó su cuerpo para asegurarse que todo estuviera en su lugar. Lo estaba. Cuando pasó las manos por su cara el resultado no fue el mismo. La máscara que su madre le había dado en la mañana, la misma que no había traído cuando partió de la aldea estaba sobre su cara. Intentó quitársela y por más fuerte que jaló el pedazo de piel no cedía. De alguna manera u otra la máscara estaba unida a él, como una segunda cara. Mientras sus sentidos se iban recuperado, docenas de manos lo tomaron por la espalda y lo ayudaron a levantarse del suelo. Sus ojos empezaron a percibir luces que el bosque alrededor de su aldea no era capaz de regalar por si mismo. Una de ellas golpeo a alguien de los que lo habían ayudado a levantarse, luego sobre otra y luego sobre otra más. Monstruos. Todos y cada uno de ellos eran aberraciones que los sueños más macabros de Derfail no eran dignos de comparación. Todos ellos le hablaban, lo tocaban, lo llamaban. Intentado alejarse de ellos, huyó, acertando múltiples golpes con sus codos a esas criaturas mientras lo hacía. Se detuvo ante una pared de enormes piedras negras y cuadradas. De ellas, el joven pudo escuchar como emanaba ruido. Grotesco y ensordecedor ruido. Gritos altos, espantosos, que nunca había escuchado. Eran las vociferantes expresiones de la muerte, a la que las personas a su alrededor le otorgaban manos, ojos y bocas. Todo era muerte en ese lugar. Eran las historias que le habían contado su madre, los druidas y Dyfan. Eran las consecuencias que nunca había tenido el valor de tentar. Samhain lo había traído al otro lado de la línea.