domingo, 4 de junio de 2017
Todo perfecto y nada malo que reportar
Ese día los dragones permanecieron tranquilamente dormidos en sus cuevas, los dedos de líderes mundiales se mantuvieron alejados de los botones atómicos, las máquinas nos obedecieron a nosotros y no nosotras a ellas, los puertos vieron mareas tranquilas hasta donde alcanzaba su vista, las bocas de los volcanes no expedieron ninguna amenaza, la tierra no se movió más allá de su regular velocidad de mil setecientos kilómetros por hora, los no muertos permanecieron seis pies bajo tierra, los monstruos siguieron confinados al límite de las páginas y pantallas. Era un día perfecto sin nada malo que reportar hasta que su teléfono sonó y tu eras quien llamaba.
viernes, 27 de enero de 2017
Incubus y Sucubus
Se tomaron las manos en medio de una noche sin almas, creyendo que estaban sellando una eterna unión, cuando en realidad ella le estaba enseñando a vivir y él le estaba enseñando a morir.
viernes, 6 de enero de 2017
Para El Hombre Que No Tiene Nada
Tropezar, para mí, era inevitable y por eso mismo siempre caminaba con la mirada fija en el suelo, así podría saber exactamente contra que me iba a topar. De esta forma fue como conocí a Jessica. La vi desde lejos, acercándose cada vez más a mí. Aun no logro recordar el momento exacto en que decidí no esquivarle o si dependía de mi voluntad no hacerlo. Caminé directo hacía ella y ella directo hacía mí. La colisión fue gentil, mutua, como un contrato firmado sin fricciones o regateos. La caída fue lenta. Pasaron varios meses hasta que yo golpeé contra el pavimento. Jessica nunca llegó hasta ese punto. Un hombre, caído del cielo, llegó en el momento indicado para detenerla. Con los puños apretados, la sucia tierra comprimiéndose entre ellos, estando solo en el lugar en el que siempre estuve resignado a terminar, únicamente pude ver como Jessica volaba en los brazos de aquel hombre, tan alto hasta que mi vista no fue capaz de seguir su rastro.
El
patio de mi casa es amplio, pero estéril. Incluso la maleza nace para
marchitarse poco después. Caminaba por ahí, con la cabeza agachada, esperando
algo contra lo cual tropezar. Entonces vi una luz verde, pulsante, tenue, pero
incandescente a lo lejos, cerca de donde empezaba la barda que marcaba el fin
de la propiedad. Corregí mí curso sin sentido para darle esa dirección. Mi pie
derecho chocó contra el origen del brillo, una piedra.
Desde
ese día camino con mi mano enredada alrededor de aquella piedra verde y con la
vista fija en el cielo. Solo en caso de que algo quiera tropezar conmigo. No un
pájaro, o un avión, si no aquella tercera opción.
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