Tropezar, para mí, era inevitable y por eso mismo siempre caminaba con la mirada fija en el suelo, así podría saber exactamente contra que me iba a topar. De esta forma fue como conocí a Jessica. La vi desde lejos, acercándose cada vez más a mí. Aun no logro recordar el momento exacto en que decidí no esquivarle o si dependía de mi voluntad no hacerlo. Caminé directo hacía ella y ella directo hacía mí. La colisión fue gentil, mutua, como un contrato firmado sin fricciones o regateos. La caída fue lenta. Pasaron varios meses hasta que yo golpeé contra el pavimento. Jessica nunca llegó hasta ese punto. Un hombre, caído del cielo, llegó en el momento indicado para detenerla. Con los puños apretados, la sucia tierra comprimiéndose entre ellos, estando solo en el lugar en el que siempre estuve resignado a terminar, únicamente pude ver como Jessica volaba en los brazos de aquel hombre, tan alto hasta que mi vista no fue capaz de seguir su rastro.
El
patio de mi casa es amplio, pero estéril. Incluso la maleza nace para
marchitarse poco después. Caminaba por ahí, con la cabeza agachada, esperando
algo contra lo cual tropezar. Entonces vi una luz verde, pulsante, tenue, pero
incandescente a lo lejos, cerca de donde empezaba la barda que marcaba el fin
de la propiedad. Corregí mí curso sin sentido para darle esa dirección. Mi pie
derecho chocó contra el origen del brillo, una piedra.
Desde
ese día camino con mi mano enredada alrededor de aquella piedra verde y con la
vista fija en el cielo. Solo en caso de que algo quiera tropezar conmigo. No un
pájaro, o un avión, si no aquella tercera opción.
El patio de mi casa es particular, se moja y se seca como los demás...
ResponderEliminarSeguir la luz para no tropezar o será para encontarla de nuevo?
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