Rocío acababa de sentarse al frente del salón, en su asiento asignado, cuando su teléfono sonó y la maestra le dirigió una fulminante mirada. Se disculpó apenada. Revisó el aparato y vio un mensaje de texto. Era su madre haciéndole saber que encontró a Czar, su gato, muerto. La noticia no le llegó de sorpresa, no porque el animal ya estuviera enfermo o viejo, si no porque nunca se caracterizó por ser muy inteligente. Por esta misma razón Rocío tardó tiempo en generar cariño por él, lo consideraba demasiado tonto como para merecer atención. Lo recibió como regalo en su décimo cumpleaños por parte de un pariente lejano. Ese día, cuando el animal entró a la sala, vistiendo un moño cuidadosamente puesto sobre su cuello, todos los niños hicieron fila para sostenerlo y acariciarlo un rato. Ella no se encontraba en la fila. Nunca le volvió loca la idea de tener una mascota. Desde niña pensaba en el tedio de tener que limpiar los deshechos y alimentar a cualquier mascota, porque su madre no lo iba a hacer por ella, y nunca lo hizo. Tras años de cuidarlo y enmendar los desastres que su descuido provocaba, poco a poco, Czar fue guardándose un espacio en su corazón. Al leer el mensaje no se alteró, ya había hecho molestar suficiente a la maestra. Sin embargo, sintió un gota fría recorrer por toda la espalda. La falta de detalles en el mensaje de texto solo logró ponerla a pensar en las formas más estúpidas en las que el gato pudo haber fallecido.
Durante el pequeño descanso entre la primera y segunda clase, la repentina muerte de Czar se convirtió en la última de sus preocupaciones. Buscó durante unos minutos su tarea en la mochila hasta recordar que la olvidó sobre la mesa de la cocina, justo al lado del plato que se negó a llevar hasta el fregadero cuando terminó de desayunar. Mientras pensaba en soluciones claras para su problema, una mano le tocó el hombro. Era Roberto, uno de sus compañeros de clase, que se aclaraba la garganta. Ella podía percibir que saludarla lo ponía nervioso, pero esta deducción no estaba basada en la cara del muchacho. Sus gestos permanecían serenos y fríos. Fue el temblor que sintió en su mano cuando le tocó.
- Buenos días, Rocío.- Su voz tampoco delataba los nervios del muchacho - Te quería preguntar si quisieras pasar conmigo el receso.
Sus intenciones se volvieron claras en ese instante. Ya había percibido cierta actitud extraña de parte de su compañero. En esa invitación se culminó lo que ella sospechaba: Roberto estaba enamorado de ella. Este sumaba el quinto pretendiente del año. Rocío nunca se consideró un espécimen lo suficientemente hermoso para que el sexo opuesto sintiera algún tipo de atracción por ella. La verdad era que su delicadez al hablar y caminar, la confianza por si misma que ella reflejaba con orgullo y su falta de interés por las cosas que a todas las otras niñas de sus edad le prestaban lograban una atracción natural. A demás era bastante bella, aunque ella nunca lo fuera a aceptar. Casi todos los muchachos de su salón hablaban de ella cuando no había otras niñas cerca. Incluso en otras escuelas se empezaba a correr la voz acerca de Rocío, aquella bella chica que rechazó a cinco enamorados, uno tras otro. Roberto no era como los otros muchachos que ella se había obligado a mandarlos a volar. Él era el callado del salón, retirado socialmente, sus participaciones en clase se reducían a exponer datos curiosos que tomaban a todos por sorpresa, incluso a ella. Ninguno de los chismes que las otras niñas contaban hablaban de él. Decir que Roberto era un misterio para el mundo no podía honrar más la verdad.
Rocío aceptó la invitación. Si tenía que romperle el corazón, no sería frente a todos.
Durante las dos clases que restaron antes del receso se dedicó a volver a hacer la tarea que olvidó en su casa. Mientras más se enfocaba por terminar, las miradas furtivas de Roberto se volvían cada vez más evidentes. Esto la puso a pensar en la posible magnitud del problema. Probablemente él ya conocía sus bandas favoritas, sus películas favoritas, sus libros y autores favoritos. Seguramente planeaba todo un discurso que incluyera uno o más de aquellos elementos. Esto ya había sucedido en otras ocasiones, en las que sus amigas le regalaban este tipo de información a sus pasados pretendientes. En todos esos casos Rocío tuvo largas pláticas con ellas queriendo hacerlas entender que hacer eso estaba mal. No entendieron la primera vez, ni la segunda, ni ninguna de las siguientes. Simplemente se cansó de corregirlas. Intentaba mantener una actitud serena ante el problema de Roberto. El acoso visual del muchacho representaba un obstáculo, pero lo estaba superando.
Finalizó el trabajo justo antes de que sonara la alarma anunciando el inicio del receso. Caminó hasta las canchas con la frente en alto. Las amigas con las que se encontraban en el camino le dedicaban una mirada y una sonrisa algo hipócrita. Con esto Rocío se aseguró de que ellas sabían de Roberto. A lo lejos se divisaban las canchas, y ahí, en medio del campo, estaba el pretendiente, mirando directamente a su dirección. Cuando llegó al punto de reunión, Rocío levantó una mano ante Roberto para hacerle saber que no dijera nada todavía.
- Antes de que hagas cualquier cosa, quiero pedirte un favor. - Roberto la miró con intriga, pero asintió dándole pauta para que ella continuara. - Mira Roberto, Creo tener una idea de que es lo que me quieres decir, o porque me pediste que viniera para acá. El asunto aquí es que quiero ahorarte y ahorarme bastante tiempo, por ello te pido que seas breve. Te propongo que lo que sea que quieras decirme lo digas en solo cinco palabras. ¿Te parece? ¿Listo? Empieza.
Roberto la miró con atención. Él sonrió un poco y ella no pudo evitar hacerlo también.
- Siento lo de tu gato -
Los ojos de Rocío se abrieron en lágrimas. Antes de que ella pudiera decir cualquier cosa, Roberto dio media vuelta y se alejó de ella.
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