jueves, 31 de octubre de 2013

Donde vive el miedo

     Miraba las campanas de la catedral doblar sin ser capaz de poder escucharlas. El grueso cristal de la ventana no permitía ningún sonido entrar. Puso su mano sobre ella, sintiendo el liso frío con su palma. En un desesperado intento empujó con fuerza hacia fuera, pero la ventana estaba fuertemente sellada. Topó su cabeza contra ella, la dejó ahí, con su mirada fija en las campanas que se movían de un lado a otro. Deseó estar ahí, donde la oscuridad no era perpetua, no existían puertas o ventanas selladas y el golpeteo metálico podía opacar el rugir de los monstruos que estaban con él. Los escuchaba moverse impacientemente por los bordes del cuarto. Sus guturales ruidos lo volvían loco. Se esforzaba en soportar los horrendos sonidos. Un olor a humo llegó hasta él. Volteó y vio la punta anaranjada de un cigarrillo encendida iluminar la parcialidad de un rostro femenino.
     -Ven, siéntate conmigo querido.
     Se alzó la voz de la mujer sobre la de las bestias. No hizo caso inmediatamente, pero pronto se encontró bajo el extraño efecto de un poderoso cansancio. Sentarse a descansar empezaba a parecer muy tentativo. Se acercó lentamente a la luz anaranjada. Cuando hizo el primer movimiento los monstruos aceleraron su respiración y dieron pasos, parecidos más tropiezos, a lo largo del borde de la oscuridad. Golpeó su rodilla contra algo, tentó el objeto. Era una cama, la misma sobre la cual la mujer estaba recostada. Se sentó sobre el suave colchón, dando la espalda a la dama. Ella se irguió y empezó a rascar la espalda del hombre con sus largas uñas. El primer contacto dolió, pero conforme se acostumbró al ritmo lo empezó a disfrutar.
- Estás tenso corazón, ¿que te sucede?
Preguntó la mujer.
- Nada
Respondió
- Te conozco, sé que algo no anda bien.
     Se sacudió para quitarse la mano de la mujer de la espalda. Inhaló profundo por su nariz y dejó salir el aire lentamente por su boca.
  - ¿A caso no los escuchas?
  - ¿A quienes?
     Oyó  las bestias acercarse, rodear la cama.
  - A ellos, los monstruos. Están aquí, en el cuarto junto con nosotros, esperando a que nos descuidemos o nos olvidemos de ellos.
-¿Qué harán cuando hagamos eso?
     - No lo sé, no lo quiero averiguar.
     La mujer dejó soltar un soplido de cansancio
     -Cariño, tu sabes que todo eso está en tu cabeza. ¿Porqué habría yo de preocuparme?
      -Porque tu también lo estás.

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