lunes, 8 de enero de 2018

Babylonia

Declaramos que fue la ciega ira lo que nos alentó a alzar la muralla que rodeaba la ciudad, pero la envidia en ti era visible cuando forzaste tu entrada y la redujiste a no más que otra capa de polvo en el suelo. No sentimos vergüenza al decir que los jardines fueron alzados en acto de orgullo nuestro, pero gula fue la tuya al haberlos devorado todos. Testificamos que la soberbia fue nuestra motivación al alzar la torre, pero tuya fue la lujuria de saber cómo hablaríamos después de verla caer. Ahora la pereza recae en ambos al intentar pasar juicio y determinar quién de los dos monta la bestia de las siete cabezas.

domingo, 4 de junio de 2017

Todo perfecto y nada malo que reportar

   


     Ese día los dragones permanecieron tranquilamente dormidos en sus cuevas, los dedos de líderes mundiales se mantuvieron alejados de los botones atómicos, las máquinas nos obedecieron a nosotros y no nosotras a ellas, los puertos vieron mareas tranquilas hasta donde alcanzaba su vista, las bocas de los volcanes no expedieron ninguna amenaza, la tierra no se movió más allá de su regular velocidad de mil setecientos kilómetros por hora, los no muertos permanecieron seis pies bajo tierra, los monstruos siguieron confinados al límite de las páginas y pantallas. Era un día perfecto sin nada malo que reportar hasta que su teléfono sonó y tu eras quien llamaba.


viernes, 27 de enero de 2017

Incubus y Sucubus



            Se tomaron las manos en medio de una noche sin almas, creyendo que estaban sellando una eterna unión, cuando en realidad ella le estaba enseñando a vivir y él le estaba enseñando a morir.

viernes, 6 de enero de 2017

Para El Hombre Que No Tiene Nada









Tropezar, para mí, era inevitable y por eso mismo siempre caminaba con la mirada fija en el suelo, así podría saber exactamente contra que me iba a topar. De esta forma fue como conocí a Jessica. La vi desde lejos, acercándose cada vez más a mí. Aun no logro recordar el momento exacto en que decidí no esquivarle o si dependía de mi voluntad no hacerlo. Caminé directo hacía ella y ella directo hacía mí. La colisión fue gentil, mutua, como un contrato firmado sin fricciones o regateos. La caída fue lenta. Pasaron varios meses hasta que yo golpeé contra el pavimento. Jessica nunca llegó hasta ese punto. Un hombre, caído del cielo, llegó en el momento indicado para detenerla. Con los puños apretados, la sucia tierra comprimiéndose entre ellos, estando solo en el lugar en el que siempre estuve resignado a terminar, únicamente pude ver como Jessica volaba en los brazos de aquel hombre, tan alto hasta que mi vista no fue capaz de seguir su rastro.

            El patio de mi casa es amplio, pero estéril. Incluso la maleza nace para marchitarse poco después. Caminaba por ahí, con la cabeza agachada, esperando algo contra lo cual tropezar. Entonces vi una luz verde, pulsante, tenue, pero incandescente a lo lejos, cerca de donde empezaba la barda que marcaba el fin de la propiedad. Corregí mí curso sin sentido para darle esa dirección. Mi pie derecho chocó contra el origen del brillo, una piedra.

            Desde ese día camino con mi mano enredada alrededor de aquella piedra verde y con la vista fija en el cielo. Solo en caso de que algo quiera tropezar conmigo. No un pájaro, o un avión, si no aquella tercera opción.

jueves, 15 de diciembre de 2016

El Estallido de un Petardo o el Azotón de una Puerta


Lo despertó un fuerte ruido, como el estallido de un petardo o el azotón de una puerta, pero Mikael supo instantemente que no se trataba de ninguno de los dos. Ese no era otro que el sonido que su corazón generaba al presentir otro imperio más caer. Aun acostado en su cama, vio las luces de los disturbios y revolución entrar para la ventana para llegar a bailar hasta el techo del cuarto. A juzgar por el nivel de bullicio proveniente del exterior, aun le quedaban unas cuantas horas para actuar de manera calculada antes de que las cosas escalaran a un punto extremista, al igual que lo había hecho en todas las otras ocasiones, desde Persia hasta Britania. Tendría que salir en cuestión de un par de horas de la ciudad. Con toda su experiencia acumulada, llegó a la conclusión de que todos los imperios, por más gloriosos que fueran, estaban hechos, en su núcleo, de piedra y cuerpos, los cuales siempre caían de una manera muy similar, y era mucho menos tedioso ver esto pasar desde fuera que estando al centro del suceso. Sin negarse a sí mismo la pereza que la situación le inspiraba, repasó en su cabeza el plan de acción a tomar. Preparándose para sentir la antigua memoria muscular activarse, otro instinto más reciente se apoderó de él y estiró su brazo al otro lado de la cama para alcanza a su querida Esther quien no se encontraba ahí. Con el quiebre de un profundo sudor frio en su frente, todo plan o prioridad que hubiera tenido se borró dejando su mente totalmente en blanco unos segundos para luego ser invadida por un único pensamiento. Debía encontrar a su amada, pues tal vez él no corría ningún peligro, pero ella los corría todos.

                Salió corriendo a la calle. El escenario ahí era un poco caótico, pero aún conservaba cierta consistencia; Las personas que se apresuraban por las calles iban en una sola dirección, ya se escuchaban gritos adornar el aire, pero aún eran distinguibles como voces individuales, varías prendas y artículos personales se esparcían por el suelo, sin embargo no había señales obvias de saqueo. Mikael se quedó plantado unos minutos inspeccionando con cuidado cada persona que pasaba huyendo a su lado en busca de Esther. Escuchó con atención todos los gritos intentando captar su peculiar timbre. Giró en su lugar un par de veces con la vista fija al suelo y saltando entre cada objeto que ahí estaba hasta que un brillo captó su atención. Una bufanda dorada, un regalo entregado de él para ella, yacía extendida sobre la tierra unas dos calles delante de él. Mikael hundió su cara en la tela e inhaló profundamente. Entre el olor a tierra combinado con humo, tintes de olor a esencias de jazmín persistían. El aroma favorito de ella.

Cuando levantó la mirada, siguiendo la línea de construcciones a lo largo de la calle, pudo ver el palacio del emperador. Sus gigantescas paredes, que bajo otras circunstancias eran inmaculadamente blancas, en este momento se pintaban de la luz naranja de las llamas que poco a poco iban consumiendo las otras edificaciones, sirviendo como una especie de proyección de sus alrededores.

Era simple lógica asumir que su ubicación general se encontraba en esa dirección. El palacio estaba sumamente resguardado, sus puertas firmemente cerradas y, además, el emperador, su padre, vivía ahí.

                Indudablemente ver al hombre  quien le arrebató su pequeña hija y heredera tocar la puerta principal no iba a ser nada del gusto del soberano. En lugar de esa opción, optó en escabullirse por uno de los ductos de drenaje al lado del palacio que llevaban a la biblioteca del lugar. Se arrastró con rodillas y codos hasta toparse con una pequeña rendija desde la cual se filtraban tenues rayos de luz. Salió a la espalda de un gran librero, lo rodeo para salir hasta el centro de la habitación. Una única mesa vacía estaba ahí, sobre ella un gigantesco candelabro que se balanceaba lentamente de lado a lado con la mayoría de sus velas apagadas, en todo el alrededor se alzaban enormes libreros en los cuales los libros se apretujaban para caber dentro de ellos. Aquí, con este mismo escenario, fue en donde conoció a Esther.

                Mikael había llegado a los terrenos del emperador hace ya unos años. Sus guardias lo encontraron mendigando en las calles. Lo arrestaron culpándolo de presencia indecente, o tal vez para divertirse a expensas de un humilde viajero mal aventurado. Esa misma noche, en su celda, mientras dormía por primera vez bajo un techo formal, Mikael escuchó llegar a los guardias que lo capturaron al pasillo de las celdas. Asomó la cabeza entre los barrotes para mirarlos con más cuidado. Al pasar debajo de la única ventana que el pasillo tenía, un rayo de luz de luna iluminó sus uniformes. En ese momento, él pudo ver una insignia que reconoció de siglos atrás.

-Una pregunta, si ustedes me lo permiten.

 Le dijo a los guardias, quienes apresurando un poco el paso se dirigieron hasta su celda. Conforme se fueron alejando del claro de luna, sus rasgos se fueron perdieron. Fue hasta que estuvieron justo a su frente, cuando Mikael logró ver la sorpresa en sus caras.

                -Ese dialecto – dijo uno de ellos, colocando la punta de su arma fuertemente contra el suelo – pocos lo conocen y está prohibido para la gente común que lo habla. Solamente los miembros de la guardia lo podemos utilizar. Sin mencionar, claro, al emperador y su linaje. ¿Cómo es que tú, un extranjero, lo conoce?

-Disculpen mi osadía, pero es el único dialecto que relaciono con el símbolo que ustedes portan en sus uniformes.

Ambos se dirigieron la misma mirada al mismo tiempo.

Diversos personajes fueron a visitarlo para cuestionarlo en diferentes tópicos, todos hablando el mismo dialecto que él creyó era el único en ese lugar y portando en diferentes partes de sus vestimentas alguna variación del mismo símbolo que los guardias. Esto transcurrió durante días hasta que alguien de ellos, acompañado por aquellos dos guardias, lo sacaron de la celda para llevarlo al palacio. Ahí, tuvo una audiencia con el emperador.

                -Dicen mis hombres que sabes mucho a cerca de mi historia y linaje para ser un extranjero.

                Le dijo desde su trono, estático, sin mover ni una sola parte de su cuerpo más que sus labios.

                -Señor, si me permite explicarlo.

                -¿Cuál es el platillo tradicional de mi familia? – Le preguntó a Mikael sin dejarlo continuar.

                -El pie de moras silvestres mixtas, señor. Eso es lo que representa, de una manera un poco rudimentaria, el símbolo que portan todos sus servidores.

                A partir de ese momento, Mikael fue nombrado el historiador oficial del imperio. Su lugar de trabajo se limitaba a la librería, en donde revisaba todos los documentos históricos para poder avalarlos o corregirlos. Fue ahí, después de un día largo, en el que Esther entró por la puerta del lugar, cerrándola fuertemente detrás de ella. Tenía una sonrisa en su cara, como la que un niño tiene al darse cuenta que encontró el escondite perfecto después de haber realizado la travesura perfecta. En su mirada, Mikael detectó el resplandor de inocencia, curiosidad y algo más que hasta la fecha no ha logrado definir. Se sentaron en la misa los dos donde él fue cuestionado de una manera única por ella. Las preguntas iban aumentando en dificultad y en qué tan específicas fueran. Ninguno de los dos dejó de sonreír todo el día.

                Un único pasillo interior conectaba la biblioteca con la sala del trono. Grandes puertas de madera posicionadas a todo lo largo de ese pasillo llevaban a las otras cámaras del palacio. Fue de una de ellas de las que un guardia salió y disparó al instante en el que vio a Mikael. El proyectil se plantó en la parte trasera de su muslo. Su pierna vaciló unos segundos, estando a punto de caer, pero él apresuró el paso lo más que pudo. Extrañaba las flechas, eran mucho más fáciles de extraer que esta nueva especie de proyectiles.

                Al alcanzar la puerta al otro extremo, la cerró sin voltear a ver a la persona que continuaba disparando detrás de él. Rodeó el trono lentamente, sostenido su muslo con una mano. Asomó en la esquina del trono para ver al emperador sentado ahí inmóvil. El charco de sangre no llegaba muy lejos del cuerpo, pero era lo suficiente para ponerlo a dudar si aún tenía vida. Con unos segundos más de atención, logró ver como el pecho del emperador se hinchaba arrítmicamente.

                -Señor- le dijo Mikael poniendo una mano sobre su hombro- Su hija, no está conmigo. Su vida corre grave peligro si no la encuentro antes de que la situación crezca más.

                El emperador abrió lentamente sus párpados, dedicándole una mirada larga, como juzgándolo de algo o de todo. Lo que fuera, él no sería capaz de objetar. Su mano se levantó para apuntar con un solo dedo a la puerta principal, de donde vino el sonido de un fuerte golpe. Las barreras de madera que la resguardaban se movieron en ritmo conforme los estrellones fueron aumentando en frecuencia hasta que por fin cedieron y la puerta azotó abierta. Por ella entró Esther, con una antorcha en mano, encabezando a todos los demás de la horda. En sus ojos, Mikael pudo ver aquellos brillos de inocencia, curiosidad y de lo que nunca pudo nombrar hasta este preciso momento, en el que supo que era eran resplandor del bullicio y la revolución.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Nihilismo a Siete Dias

     Veo al doctor hacer una pausa después de darme la noticia.
     - ¿Está seguro que esa es el diagnóstico final? - Le pregunto yo con mi vista fijada en la suya. Sus ojos no se fijan en los míos, se mueven de lado a lado. Asiente con la cabeza un par de veces. - Siete días, entonces, eso es todo lo que me queda de tiempo para vivir.
     - Así es - reitera él, aun sin poder fijar su mirada en la mía - En este tipo de escenarios, todo lo que queda es hacer los arreglos finales; hablar con su familia, poner en orden sus papeles, tal vez aprovechar un poco el tiempo para hacer algo que nunca pud...
     Lo interrumpo levantándome de golpe, tomando el bisturí más cercano que encuentro, encojo los hombros y me rebano la garganta con un corte profundamente limpio. Caigo al suelo pacientemente pensando en que no había nada que pudiera hacer en una semana que no hubiera hecho ya en treinta y dos años.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Conversación Entre Tu y Yo



- Dime lo que está mal y veré la manera en la que te puedo ayudar.

                - Eso intento. Por favor, para de moverte tanto.

                - Amor, no soy yo. Es tu mano la que no deja de temblar… Necesito que te tranquilices, que respires. Dame por lo menos esa pulgada de tu parte para yo darte el resto. ¿Por qué mejor no me cuentas una historia?

                - No tengo nada que contar, ese es el problema.

                - Pareces estar diciendo que hay algo mal entre tú y yo. Tal vez no sea yo con quien necesites en este momento.

                - No es así, no te vayas.

                -¿Entonces dónde está el problema?

                -Está en mí. La verdad es que sí tengo muchas cosas que contar, aún más de las que tenía la última vez que te vi.

                - Pero no encuentras la manera de hacerlo.

                - No encuentro la manera de muchas cosas en estos últimos días. Cuando no pierdo la noción del tiempo, el tiempo parece perder la noción de mí. Al caminar, no sé si voy al norte o al sur.

                - Siempre te gustó mucho El Sur.

                - Sí, ya lo sé. Borges, maldito genio.

                - Pienso que estoy siguiendo tu contexto, pero no logro marcar exactamente cuál es el concepto. Siempre has dicho que el tiempo no es más que un constructo humano ¿Por qué no empiezas contándome algo de eso?

                - Demasiado abstracto.

                - Sí, te comprendo, yo también estoy de acuerdo en eso. Tal vez algo más sencillo, algo con lo que estés más familiarizado. Eso nos limitaría  a un interés tuyo que se generó hace mucho tiempo y aún persiste. Cualquier cosa que cumpla con esas dos características puede ser un excelente gancho del que te puedas colgar cómodamente.

                - No parece una mala idea.

                - Yo lo sé. A ver, cuéntame de aquellas figuras que siempre has venerado. Esas personas extra ordinarias que te llenaban siempre de esperanza, bondad, tal vez un poco de inspiración de vez en cuando.

                -¿Los héroes?

                -Sí, ellos mismos. ¿Qué ha pasado con ellos?

                - Se fueron.

                - Ya veo. Bueno, no te hostigaré más con ello. ¿Qué hay del opuesto?

                -Los villanos, sí.

                -¿Qué me cuentas de ellos?

                -Ellos fueron quienes se llevaron a los héroes

                -Un mundo sin héroes, entonces. Veo ahí un estado de total anarquía. No, espera. La falta de leyes es burdo, sencillo y hasta un poco anticuado. ¿Te parece mejor una degradación, tal vez incluso una bastardización de las mismas?

                - Me está empezando a molestar que termines cada una de tus exposiciones con preguntas.

                -Discúlpame, no creo que molestarte fuera mi intención. Sin embargo, ahora que lo dices, me doy cuenta que es verdad. Entonces hoy no habrá héroes, ni villanos, ni un mundo.

                -No, hoy no habrá mundo.

                -El otro día estaba recordando la primera vez que acudiste a mí y lo feliz que me hizo que por fin estuviéramos juntos en el mismo momento y lugar.

                -El día del payaso ¿O fue el día del bloqueador? Creo que ya no lo recuerdo del todo bien.

                - Puede ser cualquiera de los dos que, el que más gustes tú. La elección no me hará sentir mal. Yo tengo en mi memoria ambos como si fueran la primera vez.

                -En aquel tiempo eras diferente.

                - Un poco. Más blanda, tal vez, y creo que era más alta. Apuesto creíste que lo nuestro podría ser pasajero, algo que estuvo ahí un Jueves y al siguiente ya no. No fue así, volviste semana tras semana a reunirte conmigo. Llenabas de historias a la ilusa e inocente de mí. Cualidades, que tengo que advertirte, se han ido perdiendo más y más conforme hubo existiendo diferentes versiones de mí.

                 - Claro, eso lo tengo bastante en cuenta.

                - Intentaré ignorar el tono juicioso con el que dijiste eso para enfocarme en el hecho de que me gusta que estés seguro de que ya no soy la misma de antes. Tú tampoco lo eres, por si no estabas enterado.

                - No, no lo soy. Tienes toda la razón.

                - Siempre la tengo, tonto. A ver, ahora hablemos en lo que tú has cambiado. Ahora te expresas con más elocuencia ante mí de lo que lo hacías antes, aunque con menos frecuencia. Supongo que hay que cambiar unas por otras. Definitivamente te he sentido crecer conmigo.

                - Eso en una parte es gracias a ti.

                - Sí, pero no en la mayor parte. Ahora que lo pienso, no creo que haya un mayor aportador. Tal vez muchos pequeños aportadores. Espero que les hagas saber a ellos también lo que sientes.

                - Puedes contar con ello.

                - Así me gusta. Esa también es otra de las áreas en las que has mejorado bastamente. Ya no dudas en aceptar los orígenes de las cosas o darles su debido crédito. Es un miedo menos por el cual preocúpanos. Lo has superado con suma valentía.

                - No tanto como lo parece.

                - Pero sí tanto como lo es. Todavía te hace falta trabajar esa parte, si me permites la retroalimentación. Pecas demasiado en humildad. Eso puede hacer que nuestra relación se pueda ver afectada y lo sabes.

                - Sí, discúlpame.

                - Muchas disculpas y pocas correcciones. Basta de excusas por un tiempo. De ahora en adelante quiero que solo uses razones justificables para expresarte.

                - Está bien.

                -Ok. Entonces, tomando en cuenta todo lo que has avanzado en este tiempo, me parecería adecuado que volviéramos al primer día.

                - Te dije que hoy no había villanos.

                - Que alegría que hayas decidido de que se trató aquel primer día entre nosotros, pero no me refería a ese payaso. Hablo del otro, del que te he escuchado hablar de vez cuando.

                - No te daba por una espía.

                - Hasta ahorita, por lo que yo tengo entendido, no lo soy. Debes de comprender que hay tiempos en los que te extraño. No puedo evitar escuchar tus otras conversaciones, menos si son a cerca de planes que haces para los dos.

                -Bueno, de todos modos no creo que haya crecido lo suficiente para eso.

                - Recuerda, me prometiste que ya no habría más excusas. Esta es una advertencia, pero la próxima vez la consideraré como una promesa rota. No soy muy fanática de esas.

                - Está bien. El verdadero motivo es que probablemente tú no estés involucrada en ello. O por lo menos no lo he decidido completamente.

                - Disculpa si no logro disimilar mucho mi reacción, es solo que eso sí es una verdadera sorpresa. Quiero imaginar que, llegado el momento, por lo menos me mantendrás informada de cómo va eso.

                - Por supuesto.

                - El payaso se queda a un lado ¿Qué me dices de los cuervos parlantes?

                - Muy ambicioso.

                - Te la voy a dejar pasar ¿Cuándo me vas a contar de la vez que el cielo sonrió?

                - Pronto, pero no hoy.

                - Lo espero con ansias. Perdóname si esto te genera dolor, pero es necesario que pregunte ¿Y aquellos cuatro hombres sin nombre? Te preparaste tanto para contarme de ellos. Cada vez que me dabas esos pequeños preámbulos me emocionaba de sobremanera.

                - Eso no es justo, te he contado a cerca de ellos poco a poco.


                - No es el ritmo al que estamos acostumbrados tú y yo en este tipo de cosas. Usualmente somos más rápidos. No solemos tomarnos tanto tiempo para atacar, es parte del encanto de nuestra relación.
                - No tengo una excusa válida para eso en este momento.
                - Pues bien, no la des. Estoy lista para esa historia cuando tú lo estés. No pienso presionarte mucho al respecto. Ahora que ya estamos en un modo más defensivo, tengo que aprovechar para volverte a preguntar una vez más de…

                - Alto ahí, está bien. Te contaré a cerca de ella.