-Entonces dime ¿Cómo te sientes?
Me preguntó el doctor ya que,
tanto él como yo, estábamos sentados en los lugares que nuestros respectivos
roles demandaban. Yo sobre la mesa de examinación y él sobre un pequeño banco
justo frente a mí.
-Buena pregunta, Doc. Deje le
explico lo mejor que pueda.
“Imagine que un Monstruo de Gila
nace bajo algunas condiciones extra ordinarias. Tal vez huérfano, tal vez
aislado del resto de su especie o quizá con un poco más de conciencia que
instinto. Sea cual sea el motivo, él no sabe que su mordida es venenosa.
Entonces crece por el mundo intentando conectar con lo que lo rodea. La falta
de lenguaje y extremidades aptas lo dejan con su boca siendo la única
herramienta que posee para relacionarse. Si está enojado suelta una mordida
poco fuerte para dar advertencia. Si se siente feliz, da un pequeño mordisqueo
juguetón. Si siente lástima, lambe las heridas de otros. Independientemente de
la manera, todo con lo que interactúa termina inevitablemente envenenado, tal
vez incluso muerto. Nunca habrá de entender la razón del por cual sus acciones
causan esta reacción en los otros. Al principio se verá drásticamente
confundido, anonado en el porqué sin nunca poder llegar a una conclusión
válida. Pronto se rendirá de indagar y asumirá que esto es lo normal, el estatus
quo. Cualquier ser vivo con el que tenga el único tipo de contacto capaz de
practicar irá pereciendo y el reptil tendrá que aprender a vivir con ello.
Recorrer esta curva de aprendizaje conlleva un alto nivel de soledad que la
pobre bestia tiene que cargar consigo.”
“Sin embargo, bien puede haber
días más optimistas que otros, en los que se despierte sintiendo que esta
maldición ha desvanecido por la noche, que algo en su naturaleza ha cambiado y
que vale la pena volver a intentarlo. Por supuesto que ese sentimiento no
perdura. No importa cuál sea la perspectiva interna, la biología nunca cambia.
Sale del agujero en el que vive para encontrarse con un venado que está a punto
de caer por un acantilado, sujetándose del suelo solo por sus patas delanteras
¡El Monstruo de Gila corre a su rescate! Creyendo que así hará la obra buena
del día y tal vez, de paso, ganarse un amigo. Sujeta una de las patas del otro
animal con sus mandíbulas y lo arrastra con todas sus fuerzas a suelo seguro de
nuevo. El venado se reincorpora y empieza a lamer frenéticamente la pata que el
Monstruo mordió mientras él lo observa con exaltación, brincando de lado a lado
por la felicidad de haber podido ayudar. El pequeño venado le regresa la mirada
solo por un momento con una expresión que el Monstruo de Gila no alcanza a leer
del todo bien, pero detiene todas sus emociones positivas de golpe y lo deja
entumecido. El venado da media vuelta, se va y solo alcanza a dar unos cuantos
pasos progresivamente más torpes antes de caer el suelo empezando a agonizar.
Otros animales del alrededor escuchan el golpe que genera la caída y se acercan
para observar que sucede. Voltean al alrededor para detectar el culpable o por
lo menos rastro de él, pero no encuentran ninguna de las dos. El Monstruo
regresa a deambular cubierto por una autoimpuesta burbuja. Intenta no pensar en
lo sucedido hasta que cae la noche. De vuelta en su agujero, después de que la
última criatura exclama su llanto, recurre al método empírico impulsado por una
desesperada curiosidad y muerde su propia pata. El dolor es agudo, claro, pues
los dientes cavan profundo. Aun así, no se ve en la condición que él observa en
otros, ni siquiera cerca. No hay mareo, desorientación o fiebre como es visible
en todas sus pasadas víctimas. Y así vivirá el resto de su vida, caminando entre
la duda, la negación y resignación ¿Me explico Doc?”
-No estoy del todo seguro,
muchacho. Yo creo que deberías de platicarle esto a otro tipo de especialista.
Puede ser que un psicólogo escuche esto y te pueda ayudar más que yo.
-
No, Doc. No entiende cual es el problema. Yo he sido mordido por ese Monstruo
de Gila. Cuando miré sus ojos entendí toda esta historia y ahora temo más por
él que por mí mismo.
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