jueves, 15 de diciembre de 2016

El Estallido de un Petardo o el Azotón de una Puerta


Lo despertó un fuerte ruido, como el estallido de un petardo o el azotón de una puerta, pero Mikael supo instantemente que no se trataba de ninguno de los dos. Ese no era otro que el sonido que su corazón generaba al presentir otro imperio más caer. Aun acostado en su cama, vio las luces de los disturbios y revolución entrar para la ventana para llegar a bailar hasta el techo del cuarto. A juzgar por el nivel de bullicio proveniente del exterior, aun le quedaban unas cuantas horas para actuar de manera calculada antes de que las cosas escalaran a un punto extremista, al igual que lo había hecho en todas las otras ocasiones, desde Persia hasta Britania. Tendría que salir en cuestión de un par de horas de la ciudad. Con toda su experiencia acumulada, llegó a la conclusión de que todos los imperios, por más gloriosos que fueran, estaban hechos, en su núcleo, de piedra y cuerpos, los cuales siempre caían de una manera muy similar, y era mucho menos tedioso ver esto pasar desde fuera que estando al centro del suceso. Sin negarse a sí mismo la pereza que la situación le inspiraba, repasó en su cabeza el plan de acción a tomar. Preparándose para sentir la antigua memoria muscular activarse, otro instinto más reciente se apoderó de él y estiró su brazo al otro lado de la cama para alcanza a su querida Esther quien no se encontraba ahí. Con el quiebre de un profundo sudor frio en su frente, todo plan o prioridad que hubiera tenido se borró dejando su mente totalmente en blanco unos segundos para luego ser invadida por un único pensamiento. Debía encontrar a su amada, pues tal vez él no corría ningún peligro, pero ella los corría todos.

                Salió corriendo a la calle. El escenario ahí era un poco caótico, pero aún conservaba cierta consistencia; Las personas que se apresuraban por las calles iban en una sola dirección, ya se escuchaban gritos adornar el aire, pero aún eran distinguibles como voces individuales, varías prendas y artículos personales se esparcían por el suelo, sin embargo no había señales obvias de saqueo. Mikael se quedó plantado unos minutos inspeccionando con cuidado cada persona que pasaba huyendo a su lado en busca de Esther. Escuchó con atención todos los gritos intentando captar su peculiar timbre. Giró en su lugar un par de veces con la vista fija al suelo y saltando entre cada objeto que ahí estaba hasta que un brillo captó su atención. Una bufanda dorada, un regalo entregado de él para ella, yacía extendida sobre la tierra unas dos calles delante de él. Mikael hundió su cara en la tela e inhaló profundamente. Entre el olor a tierra combinado con humo, tintes de olor a esencias de jazmín persistían. El aroma favorito de ella.

Cuando levantó la mirada, siguiendo la línea de construcciones a lo largo de la calle, pudo ver el palacio del emperador. Sus gigantescas paredes, que bajo otras circunstancias eran inmaculadamente blancas, en este momento se pintaban de la luz naranja de las llamas que poco a poco iban consumiendo las otras edificaciones, sirviendo como una especie de proyección de sus alrededores.

Era simple lógica asumir que su ubicación general se encontraba en esa dirección. El palacio estaba sumamente resguardado, sus puertas firmemente cerradas y, además, el emperador, su padre, vivía ahí.

                Indudablemente ver al hombre  quien le arrebató su pequeña hija y heredera tocar la puerta principal no iba a ser nada del gusto del soberano. En lugar de esa opción, optó en escabullirse por uno de los ductos de drenaje al lado del palacio que llevaban a la biblioteca del lugar. Se arrastró con rodillas y codos hasta toparse con una pequeña rendija desde la cual se filtraban tenues rayos de luz. Salió a la espalda de un gran librero, lo rodeo para salir hasta el centro de la habitación. Una única mesa vacía estaba ahí, sobre ella un gigantesco candelabro que se balanceaba lentamente de lado a lado con la mayoría de sus velas apagadas, en todo el alrededor se alzaban enormes libreros en los cuales los libros se apretujaban para caber dentro de ellos. Aquí, con este mismo escenario, fue en donde conoció a Esther.

                Mikael había llegado a los terrenos del emperador hace ya unos años. Sus guardias lo encontraron mendigando en las calles. Lo arrestaron culpándolo de presencia indecente, o tal vez para divertirse a expensas de un humilde viajero mal aventurado. Esa misma noche, en su celda, mientras dormía por primera vez bajo un techo formal, Mikael escuchó llegar a los guardias que lo capturaron al pasillo de las celdas. Asomó la cabeza entre los barrotes para mirarlos con más cuidado. Al pasar debajo de la única ventana que el pasillo tenía, un rayo de luz de luna iluminó sus uniformes. En ese momento, él pudo ver una insignia que reconoció de siglos atrás.

-Una pregunta, si ustedes me lo permiten.

 Le dijo a los guardias, quienes apresurando un poco el paso se dirigieron hasta su celda. Conforme se fueron alejando del claro de luna, sus rasgos se fueron perdieron. Fue hasta que estuvieron justo a su frente, cuando Mikael logró ver la sorpresa en sus caras.

                -Ese dialecto – dijo uno de ellos, colocando la punta de su arma fuertemente contra el suelo – pocos lo conocen y está prohibido para la gente común que lo habla. Solamente los miembros de la guardia lo podemos utilizar. Sin mencionar, claro, al emperador y su linaje. ¿Cómo es que tú, un extranjero, lo conoce?

-Disculpen mi osadía, pero es el único dialecto que relaciono con el símbolo que ustedes portan en sus uniformes.

Ambos se dirigieron la misma mirada al mismo tiempo.

Diversos personajes fueron a visitarlo para cuestionarlo en diferentes tópicos, todos hablando el mismo dialecto que él creyó era el único en ese lugar y portando en diferentes partes de sus vestimentas alguna variación del mismo símbolo que los guardias. Esto transcurrió durante días hasta que alguien de ellos, acompañado por aquellos dos guardias, lo sacaron de la celda para llevarlo al palacio. Ahí, tuvo una audiencia con el emperador.

                -Dicen mis hombres que sabes mucho a cerca de mi historia y linaje para ser un extranjero.

                Le dijo desde su trono, estático, sin mover ni una sola parte de su cuerpo más que sus labios.

                -Señor, si me permite explicarlo.

                -¿Cuál es el platillo tradicional de mi familia? – Le preguntó a Mikael sin dejarlo continuar.

                -El pie de moras silvestres mixtas, señor. Eso es lo que representa, de una manera un poco rudimentaria, el símbolo que portan todos sus servidores.

                A partir de ese momento, Mikael fue nombrado el historiador oficial del imperio. Su lugar de trabajo se limitaba a la librería, en donde revisaba todos los documentos históricos para poder avalarlos o corregirlos. Fue ahí, después de un día largo, en el que Esther entró por la puerta del lugar, cerrándola fuertemente detrás de ella. Tenía una sonrisa en su cara, como la que un niño tiene al darse cuenta que encontró el escondite perfecto después de haber realizado la travesura perfecta. En su mirada, Mikael detectó el resplandor de inocencia, curiosidad y algo más que hasta la fecha no ha logrado definir. Se sentaron en la misa los dos donde él fue cuestionado de una manera única por ella. Las preguntas iban aumentando en dificultad y en qué tan específicas fueran. Ninguno de los dos dejó de sonreír todo el día.

                Un único pasillo interior conectaba la biblioteca con la sala del trono. Grandes puertas de madera posicionadas a todo lo largo de ese pasillo llevaban a las otras cámaras del palacio. Fue de una de ellas de las que un guardia salió y disparó al instante en el que vio a Mikael. El proyectil se plantó en la parte trasera de su muslo. Su pierna vaciló unos segundos, estando a punto de caer, pero él apresuró el paso lo más que pudo. Extrañaba las flechas, eran mucho más fáciles de extraer que esta nueva especie de proyectiles.

                Al alcanzar la puerta al otro extremo, la cerró sin voltear a ver a la persona que continuaba disparando detrás de él. Rodeó el trono lentamente, sostenido su muslo con una mano. Asomó en la esquina del trono para ver al emperador sentado ahí inmóvil. El charco de sangre no llegaba muy lejos del cuerpo, pero era lo suficiente para ponerlo a dudar si aún tenía vida. Con unos segundos más de atención, logró ver como el pecho del emperador se hinchaba arrítmicamente.

                -Señor- le dijo Mikael poniendo una mano sobre su hombro- Su hija, no está conmigo. Su vida corre grave peligro si no la encuentro antes de que la situación crezca más.

                El emperador abrió lentamente sus párpados, dedicándole una mirada larga, como juzgándolo de algo o de todo. Lo que fuera, él no sería capaz de objetar. Su mano se levantó para apuntar con un solo dedo a la puerta principal, de donde vino el sonido de un fuerte golpe. Las barreras de madera que la resguardaban se movieron en ritmo conforme los estrellones fueron aumentando en frecuencia hasta que por fin cedieron y la puerta azotó abierta. Por ella entró Esther, con una antorcha en mano, encabezando a todos los demás de la horda. En sus ojos, Mikael pudo ver aquellos brillos de inocencia, curiosidad y de lo que nunca pudo nombrar hasta este preciso momento, en el que supo que era eran resplandor del bullicio y la revolución.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Nihilismo a Siete Dias

     Veo al doctor hacer una pausa después de darme la noticia.
     - ¿Está seguro que esa es el diagnóstico final? - Le pregunto yo con mi vista fijada en la suya. Sus ojos no se fijan en los míos, se mueven de lado a lado. Asiente con la cabeza un par de veces. - Siete días, entonces, eso es todo lo que me queda de tiempo para vivir.
     - Así es - reitera él, aun sin poder fijar su mirada en la mía - En este tipo de escenarios, todo lo que queda es hacer los arreglos finales; hablar con su familia, poner en orden sus papeles, tal vez aprovechar un poco el tiempo para hacer algo que nunca pud...
     Lo interrumpo levantándome de golpe, tomando el bisturí más cercano que encuentro, encojo los hombros y me rebano la garganta con un corte profundamente limpio. Caigo al suelo pacientemente pensando en que no había nada que pudiera hacer en una semana que no hubiera hecho ya en treinta y dos años.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Conversación Entre Tu y Yo



- Dime lo que está mal y veré la manera en la que te puedo ayudar.

                - Eso intento. Por favor, para de moverte tanto.

                - Amor, no soy yo. Es tu mano la que no deja de temblar… Necesito que te tranquilices, que respires. Dame por lo menos esa pulgada de tu parte para yo darte el resto. ¿Por qué mejor no me cuentas una historia?

                - No tengo nada que contar, ese es el problema.

                - Pareces estar diciendo que hay algo mal entre tú y yo. Tal vez no sea yo con quien necesites en este momento.

                - No es así, no te vayas.

                -¿Entonces dónde está el problema?

                -Está en mí. La verdad es que sí tengo muchas cosas que contar, aún más de las que tenía la última vez que te vi.

                - Pero no encuentras la manera de hacerlo.

                - No encuentro la manera de muchas cosas en estos últimos días. Cuando no pierdo la noción del tiempo, el tiempo parece perder la noción de mí. Al caminar, no sé si voy al norte o al sur.

                - Siempre te gustó mucho El Sur.

                - Sí, ya lo sé. Borges, maldito genio.

                - Pienso que estoy siguiendo tu contexto, pero no logro marcar exactamente cuál es el concepto. Siempre has dicho que el tiempo no es más que un constructo humano ¿Por qué no empiezas contándome algo de eso?

                - Demasiado abstracto.

                - Sí, te comprendo, yo también estoy de acuerdo en eso. Tal vez algo más sencillo, algo con lo que estés más familiarizado. Eso nos limitaría  a un interés tuyo que se generó hace mucho tiempo y aún persiste. Cualquier cosa que cumpla con esas dos características puede ser un excelente gancho del que te puedas colgar cómodamente.

                - No parece una mala idea.

                - Yo lo sé. A ver, cuéntame de aquellas figuras que siempre has venerado. Esas personas extra ordinarias que te llenaban siempre de esperanza, bondad, tal vez un poco de inspiración de vez en cuando.

                -¿Los héroes?

                -Sí, ellos mismos. ¿Qué ha pasado con ellos?

                - Se fueron.

                - Ya veo. Bueno, no te hostigaré más con ello. ¿Qué hay del opuesto?

                -Los villanos, sí.

                -¿Qué me cuentas de ellos?

                -Ellos fueron quienes se llevaron a los héroes

                -Un mundo sin héroes, entonces. Veo ahí un estado de total anarquía. No, espera. La falta de leyes es burdo, sencillo y hasta un poco anticuado. ¿Te parece mejor una degradación, tal vez incluso una bastardización de las mismas?

                - Me está empezando a molestar que termines cada una de tus exposiciones con preguntas.

                -Discúlpame, no creo que molestarte fuera mi intención. Sin embargo, ahora que lo dices, me doy cuenta que es verdad. Entonces hoy no habrá héroes, ni villanos, ni un mundo.

                -No, hoy no habrá mundo.

                -El otro día estaba recordando la primera vez que acudiste a mí y lo feliz que me hizo que por fin estuviéramos juntos en el mismo momento y lugar.

                -El día del payaso ¿O fue el día del bloqueador? Creo que ya no lo recuerdo del todo bien.

                - Puede ser cualquiera de los dos que, el que más gustes tú. La elección no me hará sentir mal. Yo tengo en mi memoria ambos como si fueran la primera vez.

                -En aquel tiempo eras diferente.

                - Un poco. Más blanda, tal vez, y creo que era más alta. Apuesto creíste que lo nuestro podría ser pasajero, algo que estuvo ahí un Jueves y al siguiente ya no. No fue así, volviste semana tras semana a reunirte conmigo. Llenabas de historias a la ilusa e inocente de mí. Cualidades, que tengo que advertirte, se han ido perdiendo más y más conforme hubo existiendo diferentes versiones de mí.

                 - Claro, eso lo tengo bastante en cuenta.

                - Intentaré ignorar el tono juicioso con el que dijiste eso para enfocarme en el hecho de que me gusta que estés seguro de que ya no soy la misma de antes. Tú tampoco lo eres, por si no estabas enterado.

                - No, no lo soy. Tienes toda la razón.

                - Siempre la tengo, tonto. A ver, ahora hablemos en lo que tú has cambiado. Ahora te expresas con más elocuencia ante mí de lo que lo hacías antes, aunque con menos frecuencia. Supongo que hay que cambiar unas por otras. Definitivamente te he sentido crecer conmigo.

                - Eso en una parte es gracias a ti.

                - Sí, pero no en la mayor parte. Ahora que lo pienso, no creo que haya un mayor aportador. Tal vez muchos pequeños aportadores. Espero que les hagas saber a ellos también lo que sientes.

                - Puedes contar con ello.

                - Así me gusta. Esa también es otra de las áreas en las que has mejorado bastamente. Ya no dudas en aceptar los orígenes de las cosas o darles su debido crédito. Es un miedo menos por el cual preocúpanos. Lo has superado con suma valentía.

                - No tanto como lo parece.

                - Pero sí tanto como lo es. Todavía te hace falta trabajar esa parte, si me permites la retroalimentación. Pecas demasiado en humildad. Eso puede hacer que nuestra relación se pueda ver afectada y lo sabes.

                - Sí, discúlpame.

                - Muchas disculpas y pocas correcciones. Basta de excusas por un tiempo. De ahora en adelante quiero que solo uses razones justificables para expresarte.

                - Está bien.

                -Ok. Entonces, tomando en cuenta todo lo que has avanzado en este tiempo, me parecería adecuado que volviéramos al primer día.

                - Te dije que hoy no había villanos.

                - Que alegría que hayas decidido de que se trató aquel primer día entre nosotros, pero no me refería a ese payaso. Hablo del otro, del que te he escuchado hablar de vez cuando.

                - No te daba por una espía.

                - Hasta ahorita, por lo que yo tengo entendido, no lo soy. Debes de comprender que hay tiempos en los que te extraño. No puedo evitar escuchar tus otras conversaciones, menos si son a cerca de planes que haces para los dos.

                -Bueno, de todos modos no creo que haya crecido lo suficiente para eso.

                - Recuerda, me prometiste que ya no habría más excusas. Esta es una advertencia, pero la próxima vez la consideraré como una promesa rota. No soy muy fanática de esas.

                - Está bien. El verdadero motivo es que probablemente tú no estés involucrada en ello. O por lo menos no lo he decidido completamente.

                - Disculpa si no logro disimilar mucho mi reacción, es solo que eso sí es una verdadera sorpresa. Quiero imaginar que, llegado el momento, por lo menos me mantendrás informada de cómo va eso.

                - Por supuesto.

                - El payaso se queda a un lado ¿Qué me dices de los cuervos parlantes?

                - Muy ambicioso.

                - Te la voy a dejar pasar ¿Cuándo me vas a contar de la vez que el cielo sonrió?

                - Pronto, pero no hoy.

                - Lo espero con ansias. Perdóname si esto te genera dolor, pero es necesario que pregunte ¿Y aquellos cuatro hombres sin nombre? Te preparaste tanto para contarme de ellos. Cada vez que me dabas esos pequeños preámbulos me emocionaba de sobremanera.

                - Eso no es justo, te he contado a cerca de ellos poco a poco.


                - No es el ritmo al que estamos acostumbrados tú y yo en este tipo de cosas. Usualmente somos más rápidos. No solemos tomarnos tanto tiempo para atacar, es parte del encanto de nuestra relación.
                - No tengo una excusa válida para eso en este momento.
                - Pues bien, no la des. Estoy lista para esa historia cuando tú lo estés. No pienso presionarte mucho al respecto. Ahora que ya estamos en un modo más defensivo, tengo que aprovechar para volverte a preguntar una vez más de…

                - Alto ahí, está bien. Te contaré a cerca de ella.

Ser Dueño de la Noche

    
     Hay criaturas que se revelan en la noche. Pacientemente esperan por lo que sea que depare el tiempo entre la caída y la salida del sol. Caminan las calles durante el reino de la penumbra, pero nunca alejándose demasiado de la fuente de luz más cercana. Pues hay cierta parte de ellos que todavía pertenece ahí y que intentan ignorar llenando el tranquilo aire con sus gritos. Consideran esta una manera legítima de reclamar la noche como propia. Tal vez lo sea, o lo será en su debido tiempo.     
     Existen otros seres que habitan la noche. Ellos no gritan o caminan y son demasiado humildes para proclamar cualquier cosa como propia. Se reducen a sentarse y observar desde los rincones en los que los merodeadores y ruidosos no se atreven a acercarse. Alguna vez, hace ya muchas lunas, un pensamiento llegó a sus mentes: “Si no atravesamos la noche, nunca alcanzaremos la mañana” Lo siguieron como un divino mantra hasta que eventualmente les enseñó la manera de no moverse en espacio ni tiempo. De vez en cuando cuestionan si fue el camino correcto a tomar, pero han comprobado que ya es demasiado tarde para retractarse.

     Ambos grupos saben de la existencia de los otros, pero deciden ignorarse. No por celos, evasión u orgullo. Las primeras criaturas admiran a las segundas, añorando llegar a ser un día como ellos. Los segundos seres miran a las primeras con nostalgia, añorando el día en que fueron como ellos.  


lunes, 22 de agosto de 2016

Lagarto





                -Entonces dime ¿Cómo te sientes?
                Me preguntó el doctor ya que, tanto él como yo, estábamos sentados en los lugares que nuestros respectivos roles demandaban. Yo sobre la mesa de examinación y él sobre un pequeño banco justo frente a mí.
                -Buena pregunta, Doc. Deje le explico lo mejor que pueda.
                “Imagine que un Monstruo de Gila nace bajo algunas condiciones extra ordinarias. Tal vez huérfano, tal vez aislado del resto de su especie o quizá con un poco más de conciencia que instinto. Sea cual sea el motivo, él no sabe que su mordida es venenosa. Entonces crece por el mundo intentando conectar con lo que lo rodea. La falta de lenguaje y extremidades aptas lo dejan con su boca siendo la única herramienta que posee para relacionarse. Si está enojado suelta una mordida poco fuerte para dar advertencia. Si se siente feliz, da un pequeño mordisqueo juguetón. Si siente lástima, lambe las heridas de otros. Independientemente de la manera, todo con lo que interactúa termina inevitablemente envenenado, tal vez incluso muerto. Nunca habrá de entender la razón del por cual sus acciones causan esta reacción en los otros. Al principio se verá drásticamente confundido, anonado en el porqué sin nunca poder llegar a una conclusión válida. Pronto se rendirá de indagar y asumirá que esto es lo normal, el estatus quo. Cualquier ser vivo con el que tenga el único tipo de contacto capaz de practicar irá pereciendo y el reptil tendrá que aprender a vivir con ello. Recorrer esta curva de aprendizaje conlleva un alto nivel de soledad que la pobre bestia tiene que cargar consigo.”
                “Sin embargo, bien puede haber días más optimistas que otros, en los que se despierte sintiendo que esta maldición ha desvanecido por la noche, que algo en su naturaleza ha cambiado y que vale la pena volver a intentarlo. Por supuesto que ese sentimiento no perdura. No importa cuál sea la perspectiva interna, la biología nunca cambia. Sale del agujero en el que vive para encontrarse con un venado que está a punto de caer por un acantilado, sujetándose del suelo solo por sus patas delanteras ¡El Monstruo de Gila corre a su rescate! Creyendo que así hará la obra buena del día y tal vez, de paso, ganarse un amigo. Sujeta una de las patas del otro animal con sus mandíbulas y lo arrastra con todas sus fuerzas a suelo seguro de nuevo. El venado se reincorpora y empieza a lamer frenéticamente la pata que el Monstruo mordió mientras él lo observa con exaltación, brincando de lado a lado por la felicidad de haber podido ayudar. El pequeño venado le regresa la mirada solo por un momento con una expresión que el Monstruo de Gila no alcanza a leer del todo bien, pero detiene todas sus emociones positivas de golpe y lo deja entumecido. El venado da media vuelta, se va y solo alcanza a dar unos cuantos pasos progresivamente más torpes antes de caer el suelo empezando a agonizar. Otros animales del alrededor escuchan el golpe que genera la caída y se acercan para observar que sucede. Voltean al alrededor para detectar el culpable o por lo menos rastro de él, pero no encuentran ninguna de las dos. El Monstruo regresa a deambular cubierto por una autoimpuesta burbuja. Intenta no pensar en lo sucedido hasta que cae la noche. De vuelta en su agujero, después de que la última criatura exclama su llanto, recurre al método empírico impulsado por una desesperada curiosidad y muerde su propia pata. El dolor es agudo, claro, pues los dientes cavan profundo. Aun así, no se ve en la condición que él observa en otros, ni siquiera cerca. No hay mareo, desorientación o fiebre como es visible en todas sus pasadas víctimas. Y así vivirá el resto de su vida, caminando entre la duda, la negación y resignación ¿Me explico Doc?”
                -No estoy del todo seguro, muchacho. Yo creo que deberías de platicarle esto a otro tipo de especialista. Puede ser que un psicólogo escuche esto y te pueda ayudar más que yo.

                - No, Doc. No entiende cual es el problema. Yo he sido mordido por ese Monstruo de Gila. Cuando miré sus ojos entendí toda esta historia y ahora temo más por él que por mí mismo. 

lunes, 18 de julio de 2016

Medida Insuficientes

Somos medidas insuficientes, pienso mientras observo solo tu perfil clavado en el panorama.
                 Como un sacerdote perdonando al pecador lo suficiente para condenarlo al purgatorio y no al paraíso o al infierno.
                Te acercas a besarme dejando la marca solo en mi mejilla, justo en la comisura de mis labios.
                Como el bombero rescatando todos los inquilinos del edificio en llamas sin apagar el incendio.
                Permanezco sin la calidez de sostener tu mano, pero rozo sobre ella indiscretamente en cada oportunidad dada.
                Como el caballero vigoroso después de clavar su espada en la garganta del dragón ignorando el nido que dejó en la cueva.
                Me miras directamente a los ojos sin sostener la respiración o dejar salir ningún suspiro.
                Como el filósofo contando su parábola omitiendo a propósito la moraleja final
                Cierro la puerta tras de ti, pero nunca alcanzo tu paso para poder abrirla ante ti.
                Como el navegador celebrando el descubrimiento de nueva tierra y recordando que olvidó su mapa en puerto.
                Recargas tu cabeza sobre mi hombro sin cruzar nunca tu brazo sobre mi pecho.
                Como medidas insuficientes
                Me despido sin decirte que te extrañaré pues no me siento completamente seguro que lo haré.

                Como tú y yo.

lunes, 4 de julio de 2016

De Nombres y Motivos

                           El sol cae y aquí estás tú otra vez. Justo en el momento en que decido cerrar mis ojos, mis oídos se abren al escuchar tus cadenas sonar. Siento la vibración recorrer el suelo de toda mi habitación que retumba con esos pasos lentos, ligeros, casi flotantes y decididos que se acercan a mí. Cada segundo que pasa percibo la esencia que emanas, un punto entre rosas y agua estancada, más y más próxima. Entonces empiezo a sentir tu caricia pasar de mi cabello hasta mis tobillos, suave y ásperas a la vez . Intento cercenar mi mente de todos estos estímulos sensoriales, pero me es imposible. Pienso que al completar el círculo, al abrir mis ojos y ver qué es lo que eres pueda aminorar la sobrecarga sensorial, pero no encuentro el coraje o la valentía para hacerlo. Cierro aun con más fuerza mis ojos. Ya una semana entera llevas con tus fantasmagóricas visitas, siete noches en las cuales te has convertido en la única razón de mi desvelo nocturno y cansancio diurno. En nada he podido pensar durante este tiempo que no sea una manera de ahuyentarte, librar mi descanso de ti y por fin dejarlo ser en paz. Así que a la falta de opciones, te lo imploro directamente. Espero que entiendas porque no te miro a los ojos mientras lo hago, asumiendo que en tu cara existan tales. Dime que es lo que eres, manifiéstate, dime que es lo que haces aquí, cuál es tu propósito de espantar esta y las noches anteriores que ya a duras penas me puedo considerar como el dueño de ellas.
                Estoy aquí para ti y eso tendrá que ser suficiente información por ahora. Así que cargo con estas cadenas en los hombros para anclarme a tu compañía. Camino despacio para no alarmarte más de lo necesario. Cargo siempre con rosas para que su aroma te distraiga del resto, aunque necesite ya cambiar el agua del florero. Paso mi mano sobre ti, sin tocarte, para reconfortarte, tranquilizarte, arrullarte.  Tienes que comprender que, a pesar de tener el profundo deseo, no me es posible decirte que soy. Durante mucho tiempo simplemente he sido sin poder definirme de una manera propia. Tal vez así sea mejor para ambos, pues tienes que comprender que conmigo siempre ha sido el verbo antes que el sujeto. Puedo ver claramente que, a pesar de mi compañía, logras encontrar paz en las noches. Si obedezco tu voluntad para abandonarte, aquellos otros espantos esperando a la puerta de tu cuarto lo sabrán y entrarán. De los posibles males a afligirte, yo soy el menos preocupante. Confía en mí, a ellos los conozco. Sé que quieren estar a tu lado solo para alimentarse de ti. Yo, por otro lado, me es suficiente solo verte, tenerte cerca. Me hace sonreír, sentir que vivo otra vez. Espero algún día puedas compartir conmigo la sonrisa, que la vida no la puedo compartir yo contigo. 

sábado, 2 de julio de 2016

We Are All Invisibles Kids Too, Paul




Más allá del pesimismo o nihilismo y más basado en un sentido de realismo, creo firmemente que todas las personas han sufrido decepción, desamor, soledad o depresión alguna vez en su vida o están por sufrirlo. Cada quien carga con el causante de tal, ya sea un hombre o una mujer, un evento o todo un día. También decide que tan profunda o superficialmente carga con la marcada dejada por aquello. Paul Dini la lleva tan expuesta cómo es posible, le pone un nombre y nos lo comparte: Batman.
                Dark Night: A True Batman Story es una obra autobiográfica escrita por Paul Dini en la que nos relata el origen de su amor por los mundos imaginarios, los personajes que los habitan y como, durante el evento más trágico y traumático de su vida se sintió abandonado por ellos. Esto especialmente por Batman, en quien basó el trabajo más importante de su carrera. Durante la transmisión de la primera temporada de Batman The Animated Series y la producción de Mask Of The Phantasm sufre un asalto acompañado con una brutal golpiza. Los daños que esto le dejan van desde la necesidad de una cirugía reconstructiva en su cara, miedo, depresión, alcoholismo hasta una profunda decepción.
                Mientras Paul está en su proceso de recuperación, intentando hacer las paces con el evento, cada uno de estos sentimientos es representado por algún habitante de Gotham con los que en diversas ocasiones conversa. Así Harvey Dent representa la duda ante sus actuales y posibles futuras inseguridades físicas. Scarecrow es el paralizante miedo a salir de nuevo a la calle para solo encontrarse de nuevo con sus fugitivos asaltantes. Penguin aparece tan pronto como Paul adopta un estilo de vida alcohólico y errante. Joker es la pereza, procrastinación y bloqueo artístico que le evita volver a su trabajo. Batman, personaje a quien idolatraba desde pequeño y sentía que de alguna forma u otra siempre creyó estar acompañado por él, se transforma en el arrepentimiento y decepción consigo mismo. Es con este con quien expresa la relación más complicada, aunque se siente abandonado por él, el protagonista aun depende de sus consejos para recaer en sus principios antes de tomar cualquier decisión alimentada por la desesperación. El creador le ha aportado tanto a Batman y el resto del elenco de su mundo tanto que lo ha hecho tan propio como lo es de Bob Kane y Bill Finger. Sus extensas y excelentes aportaciones a los mitos no hubieran sido posibles si no hubiera sido sin esta peculiar manera de lidiar con la adversidad en el mundo real y en el de su cabeza. Es parte tanto del creativo como de su proceso creer en cierta manera en lo que está creando. Dini, con sus muy justas razones, empezaba a dejar de creer en la justicia o cualquier vigilante que dijera protegerla. Aquel que era el responsable de que muchos niños, jóvenes y hasta adultos pasaran un buen rato gracias a su obra, estaba al borde del colapso existencial más grande por el que ha pasado. Solo que nosotros no estábamos ni enterados.

                Para quienes creemos que los hombres pueden ser de acero, los cruzados pueden ser encapuchados o las mujeres pueden ser maravillosas el conflicto que relata el autor de esta obra no es algo extraño. Cuando las amenazas del mundo real se vuelven demasiado reales, las fantasías y los personajes que las habitan se relegan a un último plano en la conciencia. Es solo cuando la tormenta pasa y encontramos que nosotros mismos somos los únicos que deben de lidiar con los estragos dejado por ella, que nos ponemos a pensar que debería haber alguien ahí para ayudarnos a limpiar el desastre. Incluso, caemos en el error de pensar que debió de haber aparecido alguien antes de todo para evitar la catástrofe desde un inicio. Comprender el hecho de que no es así es parte del proceso de crecimiento personal para cada quien.  Aquellos personajes son capaces de lidiar con los peligros un poco menos tangibles, los que solo residen en nuestra cabeza. Cuando se trata de algo que amenaza en el mundo físico, solo nosotros somos responsables de la confrontación. A final de cuentas, puede ser que crecer es dejar de esperar que el héroe caiga del cielo para interponerse entre nosotros y el peligro, si no empezar a comprender que nosotros mismos debemos darle la cara para confrontar la amenaza.